Categoría: Opinión

Textos de opinión, en general sobre asuntos de gastronomía.

  • Divulgación: la Excusa Comunicativa en el Modelo de Conexión

    A vueltas con el Modelo de Conexión entre pequeños productores y clientes de proximidad que publiqué hace unos días y, de nuevo, ataco con el primer paso del Modelo, el Paso de Divulgación.

    Modelo de Conexión
    Es una rueda de movimiento continuo.

    En el post anterior, empecé a desgranar este primer paso, concretamente hablé de la importancia de definir qué recursos tenemos para poder sentar las bases de nuestra comunicación. En este segundo post -en realidad, tercero– sobre el modelo, quiero hablar de los distintos actores que pueden acompañar a los productores en este Paso de Divulgación y también quiero aclarar un concepto al que llamo Excusa Comunicativa y que puede ayudarnos a enganchar a alguno de estos actores.

    Empezaré por los actores.

    Administraciones Públicas

    La Administración tiene la obligación de apoyar a los sectores Primario y Secundario. De hecho, tiene la obligación de apoyar a todos los Sectores y a la población en general, pero no quiero desviarme.

    En Catalunya, Prodeca desarrolla esta tarea de apoyo a la profesionalización, ofreciendo asesoramiento, conocimiento, acompañamiento en la definición de estrategias… etc. Probablemente los productores opinen –y probablemente tengan razón- que es necesario obtener más ayudas. Pero hay que pensar que la Administración hace todo lo que puede –para luego exigir que haga más–. En cualquier caso, si somos realistas, pocas cosas pueden hacer los productores para convencer a la Administración de un mayor apoyo. Pero realismo no significa resignación, no quiero dar ese mensaje. Creo que sí hay cosas que pueden hacer los productores para ejercer una mayor presión sobre la Administración y algunas de ellas son organizarse y agruparse. Hasta ahora hemos visto agrupaciones con criterio territorial y sectorial –por ejemplo, este mapa elaborado por el Consell Comarcal del Vallès Oriental– pero, ¿por qué no existe una agrupación multisectorial de pequeños productores? El trabajo es complejo, sin lugar a dudas, porque la atomización de los pequeños productores es tremenda, pero no me cabe duda de que es necesario que la Administración encuentre un interlocutor poderoso.

    Uno de los casos más brillantes que yo conozco está sucediendo en el Pallars Jussà y, concretamente, en Tremp. Desde el Ayuntamiento de esta localidad se lleva a cabo un programa de dinamización agroalimentaria admirable. Al teu gust reúne a productores de cordero, vino, aceite, licores, cerveza, quesos, miel, plantas aromáticas… pero también a restaurantes y a comercios. Además de este poder de cohesión intersectorial de prácticamente toda la cadena, que no es poco, desde el programa se desarrollan estrategias a corto plazo. Un ejemplo es este programa de compra o venta anticipada de producto del Pallars desarrollado a propósito de la alerta por la Covid19. Pero también se piensa a largo: un ejemplo son las jornadas Cordevi, dedicadas al cordero y al vino, que llegaron en 2019 a su séptima edición, y que sirven de plataforma para dar a conocer el territorio y a sus productores. Seguro que hay más ejemplos de dinamización por parte de la Administración –se pueden ver grandes stands en las Ferias Gastronómicas cada año, ¿se quedan en fuegos artificiales?– pero este me parece muy sólido, enfocado y bien dirigido. ¡Ojalá sirva como ejemplo e inspiración para otras Administraciones!

    Organismos Privados

    Si encontrar ejemplos de actuación de la Administración resulta complicado, encontrarlos en el sector privado es todavía más difícil. Existen iniciativas: Arran de Terra reúne a los payeses que practican o quieren acercarse a la agroecología. En un sentido más amplio, la plataforma Pam a Pam reúne a un montón de pequeños productores y comerciantes de toda Catalunya y les da visibilidad a través de su web –¿por qué no un Pam a Pam exclusivo del primer y segundo sector?. Pero sería deseable que organizaciones de gran calibre se involucren en el tema. Pienso en algunas organizaciones de financiación semi pública, como Basque Culinary Center, de las que se podría esperar que devolvieran a la sociedad, de forma directa y con acciones concretas, parte de la inversión pública recibida –lo hacen indirectamente a través de la formación–.

    El ejemplo paradigmático y en positivo, como comentaba en el primer post dedicado al Modelo de Conexión, es Benvinguts a Pagès, la iniciativa promovida por Fundació Alicia y en la que participa Prodeca. Es una acción clara, directa, pensada desde la Comunicación y ejecutada con una indudable vocación divulgativa: acercar la gente de ciudad a lo agro. desde aquí, toda mi admiración, solo espero que pronto se sumen actores públicos como IRTA. De la colaboración entre lo público y lo privado nacen grandes cosas.

    Periodistas y Comunicadores

    No es función de los periodistas, ni de este difuso grupo que defino como comunicadores y que incluye desde influencers a expertos en determinadas áreas de conocimiento, dar soporte a ninguna industria. Pero sí es su función cubrir eventuales noticias, novedades e informaciones de interés. Los productores se encuentran aquí con varias dificultades. ¿Cómo llegar a los periodistas? ¿Cómo hacerles conocer temas informativos de interés? ¿Cómo generar estos temas? Las respuestas son complejas y, probablemente, para resolverlas los productores necesiten la ayuda de profesionales o agencias de comunicación especializadas en el sector gastronómico. En ocasiones acompañará la Administración –es lo que ocurre en el Pallars– y tampoco es descabellado que los productores que se vena capaces lo intenten por sus propios medios –muchos periodistas y comunicadores tienen perfiles en Redes Sociales, es una forma sencilla de aproximarse a ellos–. En cualquier caso, desde mi punto de vista no es cómo acercarse a estos perfiles sino saber qué narices les vamos a contar. Esto es lo que yo llamo Excusa Comunicativa y puede ser inherente o bien generada.

    Excusa Comunicativa

    Voy a poner un ejemplo personal que nada tiene que ver con pequeños productores, sino con mis hermanos y el restaurante que tuvieron en Barcelona durante un par de años.

    Mis hermanos se embarcaron en la aventura de abrir un restaurante, uno se puso al frente de la cocina y el otro al mando de la sala. Ambos esperaban que les ayudara con la Comunicación y por supuesto no dude ni un momento en hacerlo: estando algo conectado con el mundo gastronómico de Barcelona, no me costaba nada tirar de agenda telefónica. Sin embargo, tarde mucho en hacerlo. ¿Por qué? Porque no sabía qué comunicar a mis colegas. No podía llamarles y decirles: “Hey, mis hermanos han abierto un restaurante”. ¿Cuál es el titular ahí? ¿Por qué un periodista iría a visitarles? Por amistad y cortesía, claro, pero eso no iba a ser productivo o por lo menos así lo creía yo.

    Tardamos unas semanas, en encontrar qué íbamos a comunicar. Un tiempo algo desesperante, porque la naturaleza humana, impaciente, pide a gritos decir algo cuanto antes. Y sin embargo… ¿qué íbamos a decir? Creo que los tres lo vimos claro un día que mi hermano cocinero sacó un plato tremendo. Era un guiso, muy tradicional, una albóndiga de carne servida sobre un suquet de pescado y acompañada de calamar y yema de huevo, si no recuerdo mal. Ante aquél plato vimos la línea del restaurante: platos de cuchara. Eso íbamos a comunicar y aunque parezca una obviedad y algo muy manido, en Barcelona y en aquél momento, los guisos y platos de cuchara, estaban muy buscados por la prensa –yo creo que la cosa sigue igual, no hay mucho guiso en Barcelona–. Aquél plato fue nuestra excusa comunicativa y funcionó. Está mal que lo diga pero muchos de mis colegas lo publicaron porque les pareció una historia interesante.

    En el post anterior mencionaba El Marí, un queso deMas Marçé que se lava con agua del Cap de Creus: con esa excusa comunicativa me engancharon a mi hace muchos años para escribir sobre ellos –“¿Un queso lavado con agua de mar? Quizá haya otros, pero no los conozco”; me dije y me pareció una historia relevante–.

    A veces sucede que no sabemos qué Excusa Comunicativa tenemos –o sí tenemos una–, de ello hablaba en el post anterior, donde además sugería técnicas para crear una.

    Otras veces sucede que la tenemos enfrente y no la reconocemos, en estas ocasiones quizá nos ayude el punto de vista de alguien que viene de fuera, porque lo que para nosotros es cotidiano para otro es excepcional.

    Antes de la pandemia, en Unto estábamos trabajando para dar a conocer el Museo de la Conserva de San Adrián (Navarra), un proyecto muy interesante creado por la conservera El Navarrico, cargado de emotividad y dedicado a la gente del pueblo, que debe entenderse dentro del contexto del Patrimonio y el Turismo Industrial. El proyecto está suspendido debido a las circunstancias actuales, aunque espero que podamos volver a él cuanto antes. El caso es que los responsables de El Navarrico habían impulsado este proyecto maravilloso pero no lo habían valorado como una excelente Excusa Comunicativa.

    ¡Lo es y en breve espero poder contarlo desde Unto!

    Un comentario final: las Excusas Comunicativas tienen fecha de caducidad, hay que renovarlas: nuevas Excusas permiten nuevas Oportunidades de acercarnos a los periodistas y comunicadores.

  • Divulgación: profundizando en el Modelo de Conexión

    Como mi post sobre el Modelo de Conexión –orientado a que pequeños productores alimentarios conecten con clientes de cercanía– despertó cierto interés, he decidido  profundizar en los seis pasos del Modelo, a saber: Divulgación, Interés, Diponibilidad, Satisfacción, Promoción y Habituación.

    Es el turno del primer paso, la Divulgación, que como es obvio encaja dentro de la primera fase del Modelo, a la que llamo Fase de Conocimiento, y que a su vez se divide en la Sub-Fase de Prueba.

    En el post anterior comenté que el objetivo de este paso es comunicar y que los pequeños productores pueden verse acompañados de otros agentes, como periodistas y la administración. En este texto me ocuparé de la primera parte: de comunicar, qué significa y qué podemos hacer. En un otro post que continuará a este, hablaré del papel de los distintos agentes.

    También apunté que el paso de Divulgación no es finito, es decir, que siempre hay que trabajar en él de forma constante para que los clientes nunca paren de “entrar” en el camino del Modelo de Conexión. De hecho, este movimiento continuo aplica a todo el Modelo, que en realidad es una rueda que no se debería detener.

    Regreso al paso de Divulgación y a su objetivo principal: comunicar. Si consultamos la R.A.E., encontramos que la definición de comunicar tiene 11 acepciones, de las cuáles por los menos cinco son relevantes para el tema que nos ocupa. Son las siguientes:

    • 1. Hacer a una persona partícipe de lo que se tiene.
    • 2. Descubrir, manifestar o hacer saber a alguien algo.
    • 3. Conversar, tratar con alguien de palabra o por escrito.
    • 4. Transmitir señales mediante un código común al emisor y al receptor.
    • 5. Establecer medios de acceso entre poblaciones o lugares.

    En una primera lectura, todas podrían parecer muy sencillas pero cada una de estas cinco acepciones tienen cierta profundidad y merecen ser analizadas. Durante el análisis, algunas acepciones toman un carácter técnico; otras, van a lo filosófico y muchas mezclan lo técnico y lo filosófico. Voy a analizar las acepciones 1, 2 y 5 –porque la 3 y la 4 están incluidas en las anteriores–.

    1. Hacer a una persona partícipe de lo que se tiene

    La primera acepción del verbo “comunicar” tiene una profundidad casi filosófica. Para que una persona haga partícipe a otra de lo que se tiene, esta persona tiene que saber, en primer lugar, qué es lo que tiene. Y esto, que parece un trabalenguas, es decisivo.

    Vamos a poner el ejemplo de una persona que hace queso. ¿Qué es lo que “tiene” un quesero o una quesera?

    Instintivamente, un productor de queso podría contestar a esta pregunta con la siguiente respuesta: “Yo hago queso”. Pero esta es una respuesta incorrecta o, por lo menos, incompleta. Un productor de queso efectivamente hace queso, pero tiene muchas cosas más.

    Tiene, o suele tener, un rebaño. Las condiciones de vida de ese rebaño, ¿se pueden comunicar? ¿Son relevantes para su cliente final? ¿Qué animales tiene? ¿Cuántos? ¿Cómo lo alimenta? Sin duda, todas estas cuestiones, que para un ganadero forman parte de su día a día y pueden parecer poco interessantes, interesan a un tipo de cliente que, probablemente, sea el que está interesado en comprar su queso.

    Otra cosa que suele tener un quesero es un entorno en el que vive y trabaja. ¿Cómo es? ¿Es idílico? A ojos de un urbanita, probablemente lo parezca. ¿Vive en la montaña o junto al mar? ¿Cómo afecta el entorno a su queso?

    Las queserías también tienen herramientas y tecnología. ¿Cómo las usan? ¿Sus procesos están muy industrializados o son más bien artesanales?

    Podríamos hacer una lista muy extensa de las cosas que tiene un quesero pero no es el propósito de este post; sirvan de ejemplo las anteriores. Lo importante es fijar la idea de que para empezar a comunicar necesitamos conocer nuestros recursos, no solo quién somos y qué hacemos, sino qué tenemos. Lo que tenemos son nuestros recursos y con esos recursos podemos empezar a construir nuestra historia de marca o, tomando el término inglés, nuestro storytelling.

    Estas preguntas deben contestarse con fines comunicativos; pero también ayudarán a diseñar productos. Y de hecho, comunicación y productos pueden retroalimentarse o llega a ser la misma cosa.

    Mas Marcè es una quesería con un storytelling muy bien trabado. Tiene un entorno, el Empordà, y un ganado, ovejas ripollesas –que producen poca leche pero de muy buena calidad–. Pero para elaborar uno de sus quesos más celebrados y especiales, uno que se convierte en Excusa Comunicativa –concepto que aclararé en el siguiente post–, Mas Marcè no se centra en la leche –desde un punto de vista de la comunicación– sino en el entorno.

    Como es bien sabido, el Empordà es un territorio definido por la influencia de los Pirineos y la del Mediterráneo. Está claro que el interior y la montaña son hábitats comunes para una quesería, eso no es muy diferencial, pero el mar… ¿qué influencia puede tener el mar en un queso?

    El Marí es uno de los dos quesos que sirve como excusa comunicativa para Mas Marcè porque se sala con agua del Cap de Creus: de esta manera, la quesería está incorporando el entorno –un recurso– en su producto de una forma novedosa –una excusa comunicativa–. Además, no es agua de un lugar cualquiera. El Cap de Creus tiene unas connotaciones poderosas y muy particulares.

    Otro queso singular de esta misma quesería es El Llanut, que madura sobre un lecho de lana de las mismas ovejas –un recurso– que dan la leche. Esta misma lana se emplea como packaging para presentar el producto al consumidor final –de nuevo, una Excusa Comunicativa: ¿qué es esa lana?, podría preguntarse el receptor de esa comunicación, y a partir de ahí tirar del hilo–.

    Sobre esta primera acepción de comunicar se podría profundizar mucho más pero sirva lo anterior como invitación para reflexionar. Paso ahora a la segunda acepción.

    2. Descubrir, manifestar o hacer saber a alguien algo

    Esta acepción contiene un montón de verbos –acciones–, un destinatario –“alguien”– y un objeto –“algo”– sobre el que se ejerce la acción.

    “Algo”, el objeto complemento directo y mensaje de nuestra comunicación, lo podríamos haber definido ya gracias a que sabemos qué tenemos. Así, quedarían dos incógnitas que despejar en la ecuación: cómo “descubrir, manifestar o hacer saber” y como definir el destinatario, ese “alguien”.

    Hay que identificar ese alguien para definir con acierto las formas y canales de comunicación que necesitamos para que nuestro mensaje llegue efectivamente. Es decir, si no sabemos a quién vamos a hablar, nuestro mensaje está perdido en la inmensidad. Estoy hablando, claro está, de definir el público objetivo de nuestra comunicación y, por extensión, de nuestro queso –o vino, o aceite…–. 

    Este es un proceso muy técnico que suele llevar de cabeza a departamentos de marketing de empresas con mucha experiencia y recursos. Así, un pequeño productor sin experiencia previa en estos asuntos necesitará de grandes dosis de intuición y sentido común o de acompañamiento por parte de la administración –organismos que presten ayuda al sector primario y secundario– o de agencias de comunicación.

    Una vez hemos definido a nuestro o a nuestros públicos, debemos elegir de qué manera –tono, formato, estilo…– nos vamos a dirigir a él y a través de qué canales. De nuevo, nos podemos dejar guiar por nuestra intuición o forma de hacer –esto asegurará una comunicación mucho más auténtica– o podemos apoyarnos en profesionales que nos ayuden.

    Podremos acceder a determinados canales o no según nuestro conocimiento y experiencia, y tal vez necesitemos ayuda para acceder otros, pero algunos canales son realmente sencillos de configurar y de usar –Facebook, Instagram…–, así que no hay que asustarse y cada uno tiene que empezar a caminar a su ritmo y según sus posibilidades.

    Cuando hablo de canales de comunicación también hablo de páginas web y redes sociales, de ferias populares, de generar noticias –newsmaking, para lo que necesitaremos Excusas de Comunicación–…

    3. Establecer medios de acceso entre poblaciones o lugares

    Aunque esta acepción que voy a tratar en último lugar hace más referencia a las infraestructuras que a la comunicación lingüística, me parece interesante analizarla.

    El problema de conexión entre agro y urbe –productores y clientes– es un problema tradicionalmente geográfico pero hoy en día es sobre todo un problema de marco mental, y de la misma forma que se tienden carreteras entre puntos que están alejados entre sí, se deberían tender carreteras mentales y conceptuales entre productores y clientes.

    Un quesero del Pallars no solo está lejos físicamente de sus clientes en Barcelona, Tarragona, Girona o Lleida –bueno, de Lleida no tanto– sino que mentalmente puede estar a años luz.

    Para que su trabajo sea sostenible los productores deberían empezar a sacarse de encima viejos prejuicios que aún perviven y deberían empezar a construir esas carreteras mentales.

    Salvo honrosas excepciones, muchos de los productores que he podido visitar en los últimos cinco años viven a expensas de lo que suceda. Esa actitud pasiva, que seguro que se puede explicar por el histórico maltrato que sufre en nuestro país el primer sector –especialmente–, tiene que cambiar. La pasividad es bastante evidente, por ejemplo, en el del sector del aceite de oliva. La oleocultura es históricamente reaccionaria mientras que la viticultura, similar por naturaleza, es dinámica y lucha por adaptarse. Afortunadamente, una nueva generación de oleocultores parece estar intentando cambiar esta situación.

    En cualquier caso, hay que crear puentes, hay que cambiar la mentalidad. El agro tiene que empezar a construir las carreteras mentales para llegar a sus clientes en las ciudades.

    ¡Sin eso, la comunicación no es posible!

    Hasta aquí llegan unas primeras reflexiones sobre el primer paso de Divulgación del Modelo de Conexión. En el siguiente post trataré de explicar cómo los distintos agentes implicados en la comunicación pueden intervenir.

  • Modelo de Conexión: ¿Cómo un pequeño productor puede llegar a sus clientes?

    Un par de semanas atrás, entrevisté a varios cocineros y cocineras para un artículo publicadeo en Guía Repsol. El artículo quería ilustrar cómo los profesionales de la restauración están enfrentando la crisis abierta en el sector por la Covid19 y durante las entrevistas pude intercambiar opiniones muy interesantes al respecto. Una de las ideas más repetidas, tangencial al tema principal del artículo, fue que tras el confinamiento muchos consumidores acudirían a pequeños productores de proximidad para proveerse de alimentos. Que de esta crisis saldría reforzado las cadenas de consumo local.

    Días más tarde participé en un hilo de Twitter cooperativo en el que redundábamos sobre la misma idea. Debatimos, de forma espontánea, Toni Massanés, Txaber Allué, Maria Nicolau y Josep Sucarrats, entre otros. Durante el breve debate se expusieron algunas ideas muy acertadas, desde mi punto de vista, sobre consumo y el distanciamiento entre pequeños productores (esos a los que se referían los cocineros a los que entrevisté) y sus consumidores potenciales (que en Twitter acotamos a consumidores urbanitas). Hablábamos, en definitiva, del distanciamiento entre agro y urbe. Y de qué condiciones deberían darse para que el trabajo de los pequeños productores de alimentos encuentre clientes en su entorno y sea sostenible.

    El propósito de este post es desarrollar mi punto de vista al respecto y ofrecer un modelo teórico, desde la óptica del marketing y de la comunicación, de los pasos y condiciones que deberían darse para que este encuentro suceda definitivamente. Le llamaré Modelo de Conexión.

    Dos fases: Conocimiento y Consolidación

    El Modelo de Conexión se divide en dos fases. La primera es una Fase o Etapa de Conocimiento. La segunda fase, que veremos más adelante, es la Fase de Consolidación. Pero empecemos por el principio.

    Modelo de Conexión
    Es una rueda de movimiento continuo.

    Es una verdad de perogrullo pero de tan evidente parece necesario repetirla: un consumidor no comprará un producto si no sabe que este producto existe. ¿Obvio, verdad?

    Esto tan obvio tiene una consecuencia en la que, lamentablemente, muchos productores no reparan –y algunos desprecian–, especialmente los que no tienen formación o experiencia comercializando sus productos. Esta consecuencia es la necesidad de comunicar, cada uno de acuerdo con sus posibilidades.

    Naturalmente, una quesería familiar no puede anunciarse en televisión pero tiene a su alcance medios que pueden ser efectivos con una mínima inversión y formación previa. La comunicación, orgánica y pagada, en redes sociales es un ejemplo clarísimo y además se da en un canal de comunicación al que está habituado el cliente potencial –relativamente joven, urbanita…– de estos pequeños productores del sector agroalimentario.

    Paso 1: Divulgación

    El primer paso de la Fase de Conocimiento es, por tanto, la Divulgación. Aquí el esfuerzo recae principalmente en los productores pero no tiene por qué recaer exclusivamente en ellos. Otros agentes –periodistas, administraciones públicas y organismos privados– también pueden actuar.

    La función de los periodistas no es beneficiar comercialmente a nadie pero sí lo es informar. Los pequeños productores pueden tener aliados en ellos –especialmente en los periodistas enfocados a gastronomía–, la dificultad aquí para los productores es llegar a los periodistas y contarles su historia de forma adecuada. Eso se puede hacer usando el sentido común y levantando el teléfono o bien con ayuda de agencias de comunicación.

    En cuanto a las administraciones públicas cabe esperar que muestren cierto interés en potenciar el sector primario. Una forma sería acompañando a los productores en la comunicación pero estamos ante otra dificultad. El sector está atomizado. De hecho, no es un solo sector. Las necesidades y objetivos de la gente que se dedica a la pesca no serán iguales a las de los viñadores del Pirineo, por poner un ejemplo. Estaría bien que la administración tuviera un interlocutor multisectorial o bien varios interlocutores bien coordinados con los que pudieran establecer dinámicas de colaboración y estrategias a largo plazo –y medio, y corto–.

    Algunos organismos privados también podrían colaborar en este primer paso dedicado a la divulgación dentro de la Fase de Conocimiento. Algunos, de hecho, ya lo hacen y e hecho lo hacen con ayuda de la administración pública. Una iniciativa que trabaja en este sentido, brillantísima a mi parecer, es Benvinguts a Pagès. Promovida por la Fundació Alicia, la acción abre las puertas de distintos productores a visitas durante un fin de semana, haciendo posible que el público conozca de primera mano el trabajo de explotaciones porcinas, frutales, hortícolas, etc. ¡Necesitaríamos más iniciativas como esta!

    Aunque este primer paso de Divulgación dentro de la Fase de Conocimiento debería ser mantenido en el tiempo, porque no todos los receptores del mensaje estarán en un mismo escalón de conocimiento, imaginemos que ya lo hemos superado y que podemos dar el siguiente paso: tras la divulgación, viene despertar el interés.

    Paso 2: Interés

    Este segundo paso en la Fase de Conocimiento es algo más técnico. El objetivo consiste en ajustarse al Interés de los clientes. El proceso es complejo, puede requerir estudiar el mercado, quizá hacer encuestas e interpretar las respuestas. Habrá quien lo consiga a base de intuición. Otros necesitarán quién les asesore y les acompañe. El objetivo final es ajustar la oferta a la demanda.

    Para ello hemos de conocer la demanda real y valorar nuestras posibilidades de ajustarnos a ella. Puede haber muchos motivos para no poder hacerlo, tanto a nivel de producción como de distribución, pero seguro que reflexionando se encuentran oportunidades. En ocasiones la oferta el productor encajará como un guante en las necesidades de los clientes. Esa sería la situación ideal pero no siempre se dará.

    En este momento, crítico y técnico, sería bueno que los productores menos experimentados reciban acompañamiento por parte de las administraciones públicas. Creo que en lo que se refiere a Catalunya, Prodeca debería ser quien liderase esta parcela y, de hecho, ya lo hace en parte.

    Paso 3: Disponibilidad

    El tercer paso en la Fase de Conocimiento tiene que ver con la Disponibilidad y entraríamos ya en una Sub-fase dentro de la Fase de Conocimiento. De un estadio teórico pasaríamos al cuerpo a cuerpo con el cliente.

    La mayoría de consumidores prefieren que los procesos de compra sean sencillos. Ese es uno de los motivos que vayamos a comprar al supermercado que tenemos más cerca de casa, aunque dos manzanas más allá haya otro con mejores condiciones. No siempre ocurre así, claro, hay muchos tipos de consumidor, pero en general los consumidores somos vagos.

    Sin embargo, Disponibilidad no implica, solamente, cercanía física. Disponibilidad significa, sobre todo, comodidad para el consumidor. Obviamente, si vivimos en Barcelona y nos enamora un queso elaborado en el Empordà existe una gran distancia física entre nosotros y el productor. Pero para eso está el medio online y la distribución.

    Si nos ponemos muy básicos, el productor necesitará una web con e-commerce y una furgoneta para repartir. Pero esta simplificación es una falacia a muchos niveles.

    Si pensamos en la comodidad del consumidor necesitaremos una web con un sistema de compra bien diseñado, un sistema de pago de confianza, un reparto eficiente y centrado en la conveniencia del cliente, etc.

    Es, de nuevo, evidente, pero en ocasiones he vivido experiencias de compra que me han hecho abandonar la idea idílica de comprar a productores locales. Imagino que no seré el único. Entre las “piedras en el zapato” que me he encontrado están las webs mal trabajadas que implican usar constantemente el navegador hacia adelante y atrás para ir del catálogo a la cesta de la compra y viceversa, poca o nula flexibilidad en cuanto a la entrega de repartos, obligatoriedad de pagar en efectivo…

    Creo que vale la pena trabajar muy bien en esta etapa. La experiencia de compra es clave. Y llegar hasta aquí para cometer errores es dar al traste con todos los avances realizados hasta entonces. Una pérdida de tiempo, de dinero y, lo que es peor, de clientes que muy difícilmente podremos volver a convencer de que nos compren.

    Los productores deben diseñar bien la experiencia de compra, detectar errores, pulirlos y dar servicio. No es una tarea sencilla y requiere constancia pero estamos hablando de aportar valor al cliente, un valor intangible que va mucho más allá de nuestro queso, cesta de verduras o carne ecológica. Al fin y al cabo productos parecidos se pueden encontrar en el súper de debajo de casa, lo que en principio resulta muy conveniente para el consumidor que, recordemos, suele ser gandul.

    Paso 4: Satisfacción

    Y así entramos en el último paso de la Fase de Conocimiento y de la Sub-fase de Prueba: la Satisfacción. Aquí ya no se trata de asegurar una buena experiencia de compra, eso ya lo hemos hecho antes, sino de procurar un buen servicio posventa.

    Se da por supuesta la obligación de substituir producto en mal estado, no me refiero a eso, sino a un fluir de la comunicación entre el productor y el cliente. Aquí la cosa se vuelve un tanto sutil y requiere de sensibilidad, además de planificación y visión.

    Quizá tengamos un excedente de producto que podamos ofertar o regalar. Quizá podamos actuar de forma proactiva si detectamos dudas o problemas por parte de un grupo de clientes. Quizá podamos organizar una promoción solo para clientes o bien ofrecer ofertas de fidelización. Quizá simplemente tengamos que sonreír al entregar el paquete con el pedido del cliente. La casuística es infinita pero al fin de lo que se trata es de cuidar la relación con los clientes, mimar esta relación.

    Una vez superada la Fase de Conocimiento entraríamos en una segunda Fase de Consolidación.

    Paso 5: Promoción

    El primer paso en la Consolidación es la Promoción. Comunicar, de nuevo, a nuestros clientes.

    ¿Qué podemos comunicar ahora? Sería una obligación del productor generar novedades. No necesariamente tienen que ser productos nuevos. Pueden ser nuevas experiencias –turismo agroalimentario, por ejemplo–, mejoras sobre todo lo anterior y, sí, por qué no, nuevos productos.

    Aquí los productores podrían contar de nuevo con la colaboración de periodistas y entidades privadas y públicas.

    La idea es generar dinamismo, ofrecer píldoras de novedad al consumidor.

    Paso 6: Habituación

    El último paso del ciclo sería el de Habituación. En esta etapa final pero continua el productor debe mantener la calidad en su oferta. No entiendo calidad como la homogeneización en las cualidades organolépticas del producto, como suele entenderse a nivel industrial, sino más bien como sinónimo de fiabilidad.

    El productor debe ganarse la confianza del cliente insistiendo en todo los puntos anteriores y corrigiendo los errores cuando los cometa –lo antes posible y de la mejor forma posible–.

    Movimiento continuo

    Este Modelo de Conexión termina aquí pero hay que tener en cuenta que, en realidad, nunca termina. Sería una rueda en movimiento continuo. ¿Por qué? Porque como apuntábamos más arriba no todos los clientes se encontrarán en el mismo punto del viaje. Unos estarán más avanzados que otros pero la idea es aumentar la base de clientes porque las fugas son inevitables y muchas veces se producen por motivos que no controlamos.

    Y este es, a grandes rasgos, un modelo que debería funcionar desde el punto de vista del marketing y la comunicación para atraer clientes urbanitas productores agroalimentarios de  cercanía. Lo cierto es que, aunque aparentemente sencillo y –espero– lógico, cada uno de estos pasos se pueden y deben tratar en profundidad y son complejos. En muchas ocasiones, los productores pueden necesitar ser acompañados por profesionales, entidades o administraciones.

    ¡No es fácil pero es posible! Y, según mi experiencia, cada vez más productores emprenden este camino.

  • El ridículo que estáis haciendo con Joselito

    Hace unas semanas, Joselito, el productor de jamón ibérico de bellota superclase, hizo público el resultado de un estudio sobre los efectos de su jamón –y sólo el suyo– sobre las enfermedades inflamatorias del intestino, como la colitis crónica, cuyos síntomas vienen a ser irse por la pata abajo, sangrar por donde no se debería y dolores abdominales bastante molestos.

    El estudio, financiado por la empresa jamonera y realizado a pachas entre un equipo de la Facultad de Medicina de la Universidad de Oviedo y otro equipo de la Facultad de Medicina Veterinaria de la Universidad Complutense de Madrid, observó tres grupos de ratas. Unas fueron alimentadas con pienso, otras con un jamón baratijo y las terceras con una dieta rica en Joselito –los roedores mejor comidos de la historia–.

    La conclusión es que en la microbiota de las ratas alimentadas con Joselito se observaba una disminución de bacterias no muy convenientes y el aumento de otras bacterias con efectos antiinflamatorios.

    Y hasta aquí todo bien. Absurdo, pero bien.

    El ridículo vino luego, cuando parte de la prensa gastronómica dio pábulo al estudio y anunció los poderes mágicos del jamón en cuestión. Algunos veteranos periodistas llegaron a decir que los perniles de Joselito son mágicos y un superalimento. Otros dijeron animaladas parecidas. Periodistas, se supone.

    Bastante jodida es la percepción del periodismo gastronómico. Se nos acusa de complacientes, de lameculos, de poco objetivos, poco críticos, zampabollos, sobornables…

    Y quizá esa percepción no vaya mal encaminada.

    No debería ser necesario decir que el resultado en ratas no es extrapolable a humanos. Tampoco, que la mayoría de personas no nos alimentamos con pienso. Menos gente aún se alimenta de jamón Joselito. Y quizá sí alguna más se alimente de jamón baratujo.

    Tras los avisos de la ONU, tanto sobre la debida precaución en el consumo de carne procesada como los de carácter medioambiental, ¿era necesario dar aire a un despropósito de estudio como el de Joselito?

    En lugar de dudar, contrastar y hacer preguntas incómodas, parte del periodismo gastronómico ha vuelto a complacer y descontextualizar. No es la primera ni será la última vez, por desgracia.

    Supongo que estos colegas recibirán un jamón Joselito por Navidad.

    Si no, no se entiende.

  • (re) Definir la cocina española

    Pocas veces estamos ante un hito histórico y aún en menos ocasiones sabemos reconocer que lo estamos. El artículo sobre Mercado Little Spain de Pete Wells para The New York Times es, a mi parecer, uno de esos hitos, de la misma manera que lo fueron el decálogo de Gault y Millau para la Nouvelle Cuisine en 1973 o la portada de New York Times con Ferran Adrià para la Cocina Tecnoemocional en 2003.

    En este caso no estamos ante una revolución o cambio de paradigma, como suele decirse, sino ante algo más mundano, pero igualmente importante, por lo menos para la gastronomía española.

    Mientras otros países han sabido vender muy bien su cocina –pienso en Italia, Francia, México, China, India o Japón–, aunque de manera más o menos fidedigna, España siempre ha ido rezagada en esta carrera. Más allá de las posibles causas, me importan las consecuencias. La gastronomía española tiene un potencial enorme, por su diversidad y calidad, por un interés creciente por la comida alrededor del mundo desarrollado y porque está enmarcada dentro de la muy bien percibida dieta mediterránea, entre otros motivos, y sin embargo nadie había hecho –o no había sabido o podido hacer– bandera de ella. Hasta ahora.

    Mercado Little Spain, enésima aventura de José Andrés y los hermanos Adrià, es un inmejorable escaparate en el extranjero de la cocina española y el reportaje del New York Times es un altavoz muy poderoso.

    La suma de ambos factores definirán el futuro nuestra gastronomía. Como es bien sabido, poco importa lo que uno crea que es, porque uno termina siendo lo que los demás dicen que es. En este sentido, aunque dentro de la fidedigna oferta de Mercado Little Spain haya platos tan poco españoles como la Piña Borracha –que tiene toda la pinta de ser una piña osmotizada con ron con el sello de Albert Adrià–, estos platos formarán parte del imaginario colectivo que definirá la gastronomía española. Así, junto clásicos como el cochinillo, la paella y el gazpacho, cualquier plato que se ofrezca en Mercado Little Spain pasará a formar parte del recetario español, por lo menos para los clientes que lo hayan comido.

    Sinceramente, me importa un comino que la Piña Borracha salga o no de un corpus culinario o de la manga de un chef genial. La cuestión aquí es que estos tres cocineros –José Andrés y Ferran y Albert Adrià– han conseguido algo inimaginable: una plataforma para definir o redefinir la cocina española. Una hazaña como para sacarse el sombrero –otra más–.

  • Un ejercicio de cinismo

    Esto empieza con una confesión. Antes de escribir sobre comida de manera profesional –esto es, cobrando–, yo me ganaba la vida como creativo publicitario –esto es, haciendo el mal–.

    Hacía el mal. Fueron casi 20 años de apóstol del Maligno y vi toda clase de barbaridades: marcas de alcohol tratando de saltarse la legislación;  proyectos de cacao soluble para bebés enriquecidos bien con estimulantes, para tomarlo por la mañana, o bien con relajantes, para la noche; explotación y acoso laboral y sexual; conspiraciones para acabar con la carrera de compañeros que harían palidecer a Cersei Lannister; consumos estratosféricos de alcohol, cocaína y MDMA –tal vez para soportar lo anterior–; y de pronto, con una frecuencia anual, el encargo de una ONG que lavaba nuestras conciencias.

    Viví durante dos décadas un conflicto interno tremendo. Hacia el final de mi carrera despreciaba lo que hacía, pero cobraba bien y, además, ¿qué otra cosa podía hacer? Había normalizado todo eso. El trabajo era fácil y yo, un cobarde.

    No me lapiden, ya me quité. Casi.

    Dentro del capitalismo o, mejor, del neoliberalismo, que viene a ser un spinoff del anterior y es el verdadero nombre del brutal marco económico en el que vivimos, los publicistas son la infantería del enemigo, los departamentos de marketing, su servicio secreto y las mesas de consejo de las grandes empresas son Kim Jong Un con hemorroides y dolor de muelas al mismo tiempo. Lo digo riendo porque es muy serio –la frase, por cierto, es de Vila-Matas–, pero así eran las cosas en el mundo de la publicidad de gran consumo –ojo, matiz importante–.

    Todo esto viene a raíz de un tweet en el que Albert Molins se preguntaba si un mensaje de los supermercados franceses Leclerc eran buen marketing o caradura –como si fueran conceptos antitéticos y no la misma cosa–. Yo creo que Albert quería decir si el anuncio era una muestra de idealismo o de cinismo.

    Si comer equilibradamente es un privilegio de clase, es necesario luchar

    En el comercial, el supermercado llama a la luchar para evitar que comer de forma equilibrada sea privilegio de los más pudientes. Se llama a la lucha de clases, alehop, usando publi, una arma para dominar a la masa, alehop.

    La cosa se plantea con una estética muy guerrera y callejera, que recuerda a una copia pésima de Banksy . Parece que Leclerc pretende empatizar con gente a pie de calle, con personas sensibilizadas sobre la alimentación, que pretende plantar cara a la industria alimentaria de la que es pieza indispensable.

    El cuerpo de texto del anuncio puntualiza que los productos distinguidos con determinadas etiquetas son accesibles a casi todo tipo de bolsillos, como debería ser con lo esencial para la salud. Pero la salud, ay, debería ser un derecho universal, ouch, sin mediar tamaño de bolsillo.

    Es el tipo de anuncio que te hace sentir muy de izquierdas y beligerante cuando lo preparas junto a tu equipo, cuando en realidad tú y tu equipo habéis sido fagocitados por el sistema y excretados como caricatura de vuestras pretensiones. Todo muy ji ji ja ja.

    Supongo que a nadie se le escapa, aunque habrá quien prefiera pasarlo por alto, que la publicidad es, en su inmensa mayoría, una farsa deshonesta. No hay nadie, o casi nadie –¿verdad?– para quien este texto sea necesario, ocurre que Molins y yo teníamos estas preguntas que hacernos y solo medias respuestas, y seguro que nadie niega que el drama de la obesidad está demostradamente relacionado con la renta o que comemos aquello a lo que nos expone la publi.

    Convencido de la futilidad del textito de marras, iba a terminarlo abruptamente, sin apartado final de conclusiones porque me parecía que las conclusiones eran obvias. Pero justo cuando iba a hacerlo, me he encontrado con el siguiente tweet.


    Joder, me he dicho, ¿no va a ser que sí es necesario un texto como este?

    SinAzucar.org es un bastión de la denuncia contra la industria de la comida –me resisto a llamarle alimentaria, porque no produce alimentos–, dato que imagino todo el mundo conoce y dato que hace inquietante la pregunta formulada en su tweet.

    ¡Es la industria! ¡La industria es la culpable! Y ni siquiera es la industria, la cosa es mucho más sencilla y cutre. La culpa es de unos señoros que viven opulentamente en Ginebra, Nueva York o Bahamas, señoros que saben que sus decisiones perjudican a millones de congéneres, que les perjudican hasta provocarles enfermedades, crónicas o la muerte, y que sin embargo pasan de todo porque, vuelva usted a la casilla de salida, son señoros que viven opulentamente en esos sitios tan guays, donde el nivel de vida es muy alto, y necesitan ingresos para sostener sus complejas economías familiares, egos y ansias de influencia.

    Ellos se sientan alrededor de una mesa, se hacen llamar consejo de administración, señalan los beneficios que desean procurarse ese año y dan manga ancha a una larga cadena de esbirros, que llega hasta los departamentos creativos de la agencia de publicidad de Leclerc, para hacer todo lo que sea necesario para conseguir esos beneficios que les permitirán mantener su estilo de vida opulento y repugnante.

    La culpa es de unas pocas decenas de hombres blancos occidentales de entre cuarenta y sesenta años. No nos tomaría mucho tiempo escribir una lista con sus nombres y apellidos. Pero no les conocemos, porque no se mezclan con nosotros, pertenecen a otra clase social, una clase social privilegiada que se sirve de todas las mierdas habidas y por haber para que los demás compremos su veneno. Una clase social que paga anuncios que se ríen de la lucha de clases porque saben que en el contexto neoliberal la lucha de clases es algo imposible, en la tele quedaría muy cutre, muy de 1917, muy viejo. Pasado de moda. Y lo tienen muy bien montado, se lo montaron ellos mismos en 1938, también muy viejo, lo inauguraron Tatcher y Reagan y lo han estirado hasta ahora. Hasta el infinito y más allá.

    Respondiendo a Molins: el anuncio era cinismo.

    Texto publicado originalmente en Food Undercover

  • Algo huele a podrido en Gastrolandia

    Además del atropello a los derechos laborales que tanto costaron conquistar a las generaciones que nos preceden, el caso Azurmendi ha puesto de manifiesto que el sector de la gastronomía es débil, servil y corporativista.

    Como si alguien nos hubiera arrancado las máscaras, esta semana hemos visto como se hacían realidad las acusaciones de complacencia que en los mentideros de Twitter y en petit comité suelen hacerse a la prensa gastronómica. Si bien es cierto que a partir del artículo podía costar un poco tomar partido por los stagiers –el texto se sustentaba en tres únicos casos–, lo elegante hubiera sido dudar.

    Pero el grueso de la prensa gastronómica española reaccionó actuando en contra de aquella máxima que dice que periodismo es publicar aquello que alguien no quiere que publiques, y cerró filas alrededor de Atxa.

    La poca capacidad de autocrítica de un sector es un signo de su debilidad. Pero, además, la prensa especializada no debería formar parte del sector sobre el que escribe sino que debería situarse en las afueras, actuando como barrera de contención, como marcador ético, si se me permite. Quizá la connivencia entre periodistas y cocineros ha llegado demasiado lejos. En algunos casos –me incluyo– se han forjado relaciones que van más allá de lo profesional y que nos hacen perder la objetividad.

    No menos vergonzoso es el servilismo con el que han actuado algunos. Medios que proclaman su fidelidad ciega al restaurante –¿qué credibilidad les podremos dar a partir de ahora?–, importantes empresarios de la gastronomía encontrando justificaciones muy neoliberales y editores con evidentes conflictos de interés creando hashtags de solidaridad con el cocinero, son flagrantes ejemplos de fraternidad mal entendida o quizá una deliberada estrategia comercial. Lo prudente hubiera sido mantener a raya la simpatía. No hacemos ningún favor a los restaurantes que tratan bien a sus stagiers defendiendo lo indefendible

    Caso aparte son los espaldarazos entre cocineras y cocineros. Quizá sean más comprensibles desde un punto de vista humano y, al fin y al cabo, su profesión no les obliga a comunicar con cierta destreza. Pero resulta difícil creer que todos ignoran lo que sucede en Azurmendi –y posiblemente también en otras casas– y que su reacción ha sido honesta y no un intento de tapar sus propias miserias.

    Es también el miedo el que aconseja a los periodistas mirar hacia otro lado y hacer como si la cosa no fuera con nosotros. Miedo a aparecer en listas negras, miedo a que nos cierren puertas y oportunidades profesionales, miedo a sentirnos incómodos en determinados eventos.

    Pero lo que debería alarmarnos de verdad es que los derechos laborales estén siendo pisoteados. Ante eso podemos levantarnos y denunciar o bien ser unos cobardes pusilánimes, cómplices del abuso. Lo segundo solo servirá para debilitar a un sector que amamos.

    Valiente es quien se queda solo bajo la tormenta cuando todos los demás se han llevado los paraguas.

  • Por qué debéis rechazar las patatas congeladas

    Hoy he inaugurado las jornadas gastronómicas de la Escuela de Hotelería y Turismo de Barcelona con una charla. El texto que sigue es una transcripción.

    El texto que os voy a leer o recitar, eso dependerá de mi memoria, se titula Por qué debéis rechazar las patatas congeladas, pero en realidad, más que de patatas, os quiero hablar de cuatro personas: de mí, de un tipo llamado Mauricio nacido en Manacor, de Albert Adrià y de Roberto Bolaño, un escritor chileno que vivía en Blanes.

    Voy a empezar hablando de mí y del momento en el que decidí, equivocadamente, que sería cocinero.

    Estaba en un momento de mi vida delicado, en uno de esos momentos de muchos cambios, de crisis, no una crisis necesariamente negativa, hubiera sido negativa si me hubiera quedado sin hacer nada, de hecho fue una crisis bastante común y cotidiana, muy poco dramática: había muerto mi padre recientemente, mi hijo nacería al cabo de poco y mi trabajo como publicista me hastiaba hasta decir basta.

    Las dos primeras circunstancias, la reciente muerte de mi padre y el futuro y próximo nacimiento de mi hijo, ahora lo veo, simplemente añadían presión a lo grave: me hastiaba mi trabajo.

    Soy del parecer que trabajar en algo que no te gusta o, en mi caso en ese momento, a lo que te opones rotundamente, es inmoral a no ser que estés obligado a ello. Pero yo tenía alternativa, podía permitirme cambiar alguna cosa.

    Así, decidí que iba a formarme como cocinero para escapar de una situación que no me gustaba. Fue mi pelota hacia adelante, una huida hacia delante. La típica huida hacia adelante de la gente desesperada.

    Después de la primera clase, decidí lo contrario: yo no estoy hecho para aguantar un servicio, y vi muy claro que no quería ser cocinero de ninguna manera.

    Me parece que ser cocinero o cocinera es una profesión tremendamente exigente, y no solo durante su empeño, no solo durante el servicio, durante el que hay que soportar mucho estrés, creo yo, sino que también es muy exigente con la vida personal. Es muy difícil, por no decir imposible, llevar una vida normal siendo uno cocinero. Y, bueno, como yo deseo llevar una vida plácida y tranquila, y además llevo muy mal el estrés, me gusta estar tranquilo, leyendo un libro, por ejemplo, pues vi claro que aquello no iba en mi naturaleza. Y, en fin, en la primera clase decidí que iba a disfrutar del curso, que terminé, pero que de ninguna manera iba yo a dedicarme a la cocina porque ese es un trabajo, con perdón, de locos y de locas.

    Ahora os voy a hablar de Mauricio, un tipo al que conocí brevemente la semana pasada.

    Mauricio es un hombre de unos cincuenta años, nacido en Manacor, aunque vive en Palma de Mallorca, al que yo juraría, por como se viste y se comporta, que las cosas le van bastante bien en la vida.

    No sé demasiado de la vida de Mauricio, la verdad, sólo que durante unos años dirigió una empresa de catering con capacidad para dar de comer a miles de personas y que ahora tiene un restaurante en el Mercat del Olivar, una joya de mercado, con un pescado magnífico, que se encuentra en el centro de Palma.

    Mauricio llega por la mañana al mercado, echa un vistazo a la mercancía y compra en los puestos que más le convencen. Luego sube a sus restaurante, enciende el Josper, y se pone a cocinar. Todo o casi todo a la brasa. Y ya.

    Hace cosas muy sencillas. Recuerdo que comí una tortilla de patatas que cocina como un suflé, una escalivada sobre pan de vidrio acompañada de una panceta cocinada durante tres días, un cogote de merluza a la espalda viva de ajo y guindilla… Cosas muy básicas, ya os digo, nada espectacular desde un punto de vista creativo. Nada que te llame demasiado la atención cuando lo lees.

    Mauricio es un hombre feliz y hace feliz a los demás. Como cocinero en sentido estricto debe ser el hombre más feliz del mundo, trabaja en uno de los mejores mercados de España y quizá de Europa en lo que se refiere al pescado, que ahí, en el Mercado del Olivar de Palma de Mallorca, es un espectáculo.

    Y pienso que el tipo se la jugó: me cocinó una merluza cantábrica en lugar de un pescado de su litoral. Algo curioso, arriesgado… no sé si llamarle creativo.

    Con lo poco que conozco a Mauricio debo decir que me ha impresionado mucho, muchísimo.

    Porque seguramente ganaba mucha pasta cuando tenía ese catering en el que daba de comer a miles de personas y al decidir llevar ese pequeño restaurante en un mercado también decidió ganar menos dinero, y eso a mí me impresiona.

    Dirijo una empresa y soy de los que piensa que, entre algunas otras cosas, la manera más clara de mostrar el afecto por alguien que trabaja contigo es pagarle más dinero.

    Desgraciadamente, el dinero es una medida de valor. Es fácil establecer que se valora mucho aquello por lo que se gasta mucho. Pero se valora más aquello por lo que sacrificas dinero.

    Ojo, hay otras medidas de valor, no nos confundamos. Pero en lo que se refiere a trabajar, no nos engañemos, casi todos trabajamos por dinero.

    Uno que trabajaba por dinero, porque de hecho no tenía ningún tipo de vocación cuando empezó, o por lo menos eso es lo que me contó a mí, fue Albert Adrià.

    Posiblemente el nombre de Albert Adrià sea el que más suene en este auditorio, más que el de Mauricio, más que el mío y más, incluso, que el de Roberto Bolaño, que os debería sonar porque fue uno de los mejores escritores de la historia de la literatura. Pero bueno, este es el turno de Albert, de Albert Adrià, que es uno de los mejores cocineros de la historia de la cocina y, también, es una persona muy singular.

    Conocí a Albert Adriá en 2013, durante una entrevista que le hice para el suplemento QuèFem?, de La Vanguardia. En realidad, fueron varias entrevistas, 13 entrevistas que realicé a 13 cocineros, entre los que estaba Albert.

    De los trece cocineros, él fue quien más me impresionó, recuerdo perfectamente que me sentí taladrado por su mirada, es decir, sentía que su mirada, que siempre es muy fija, me llegaba al cogote, que me atravesaba el cráneo, como si me leyera el pensamiento mientras me estaba hablando.

    Pero claro, eso es imposible, yo lo mitifiqué por llevar el apellido Adrià, bueno, por ser quien era y por haber participado del Bulli de la manera en que lo había hecho y también me impresionó porque me dijo que él lo que quería hacer en la vida era freír pimientos de El Padrón, pero que a pesar de eso la vida le había llevado a trabajar en el Bulli, dejarlo un par de veces, la segunda muy en serio, porque había nacido su hijo y quería disfrutar de su paternidad, y que a pesar de todo, cuando ya había disfrutado de su paternidad, volvió a la cocina, pero no volvió a lo grande, sino que volvió en aquél Lolita tapería de Sant Antoni, cuando Sant Antoni aún no era el barrio de moda, y luego siguió en Tickets, y luego…

    Ahí me quedé, porque cuando le conocí, hace cinco años, aún no había abierto ninguno de sus otros restaurantes. Él solo quería freír pimientos, pimientos de El Padrón concretamente.

    No sé si lo que me quería decir es que le importaban un pimiento las estrellas Michelin, el Bulli y todo lo que rodea a la alta cocina.

    Durante los cuatro años que siguieron, de 2013 a 2017, pude conocer a Albert Adrià un poco mejor por motivos laborales.

    Es una de las personas más perfeccionistas que jamás he conocido. Perfeccionista e intelectualmente inquieto. Es muy creativo, muy exigente y muy consciente del apellido que lleva. No me pareció que quisiera, en realidad, mandarlo todo a freír espárragos o pimientos, en realidad me pareció que quería montar el pequeño imperio que ha montado, lo que conocemos como el Barri Adrià, ese conjunto de restaurantes tan diversos que tiene alrededor del Paralelo y en el que toca tantos palos.

    De lo que estoy seguro es de que si le hubiera dado por freír pimientos del Padrón los hubiera frito mejor que nadie en el mundo. Estoy seguro que habría milimetrado la temperatura del aceite, el tipo de aceite, el utensilio empleado para freír esos pimientos, la técnica de fritura, el plato de servicio, la sazón… Tendría clarísimo todo eso, empezando por el tipo de pimientos que iba a usar, probablemente habría viajado para conocer al proveedor y habría observado como los fríen en Padrón, en los mejores lugares de Padrón, habría visitado esos lugares y habría aprendido a freírlos como los fríen los habitantes de Padrón. Y si en otra cultura gastronómica hubiera alguien que fríe pimientos, creo que Albert se habría documentado acerca de ese fenómeno y habría cogido del extranjero las mejores aportaciones y las hubiera puesto en sus pimientos. En los del Padrón, quiero decir. Ante algo tan sencillo como unos pimientos de El Padrón, Albert habría hecho mil y una pruebas hasta dar con la ficha técnica perfecta. Y una vez la hubiera encontrado, habría seguido evolucionándola cada puñetero día.

    Esto, evolucionar cada día la ficha técnica, es algo que las cocineras y los cocineros pueden hacer con cierta facilidad. No digo que no sea laborioso, digo que es algo posible, ir mejorando tus platos, un poquito cada día, recordad que de poquito en poquito se llega a mucho, es algo que los cocineros pueden hacer porque la cocina está en constante evolución, y cada día te la juegas por lo menos dos veces, en el almuerzo y en la cena, y en estas dos ocasiones puedes hacer las cosas un poco diferentes, un poco mejor, hasta donde te permita tu exigencia o tu paciencia.

    Esto que se puede hacer en cocina es un poco más difícil de hacer en literatura, creo yo, porque una vez sale a la venta un libro, difícilmente lo podrás mejorar a no ser que salga una segunda edición. Pero si estás muerto cuando sale esa segunda edición, y ya no digo nada si estás muerto cuando sale la primera edición, entonces difícilmente podrás corregir nada, no podrás corregir nada a no ser que vuelvas de la ultratumba y eso no pasa, solo pasa en cocina, cuando cocinamos un animal, que suele estar muerto en el momento de cocinarlo y vuelve a una nueva vida cuando lo servimos en el plato.

    Pero no pasa en literatura.

    Ahora imaginad que sabéis que vais a morir pronto, porque os han diagnosticado una enfermedad crónica y esta se ha complicado, ¿hasta qué día seguiríais cocinando?

    Yo, a las primeras de cambio, me iría a mi casa, con mi mujer, y abriría una botella de borgoña tras otra, si fuera cocinero o cualquier otra cosa y me estuviera muriendo no me dedicaría a trabajar.

    Una persona que trabajó hasta el día de su muerte, o casi, hasta unos días antes, porque seguramente luego ya le resultó físicamente imposible seguir trabajando, fue Roberto Bolaño, el escritor chileno que os mencioné hace un rato.

    No sé si conocéis la obra de Roberto Bolaño. Se le considera uno de los escritores en lengua española más influyentes de la historia y como a muchas grandes plumas la fama le vino una vez muerto, con al publicación de una obra magnífica que escribió hasta el último día y que él no legó a ver publicada. Se titula 2666.

    2666 es una novela dividida en cinco partes, o bien cinco novelas reunidas en un solo volumen, que en total suman más de 1200 páginas, una barbaridad. Es una barbaridad porque son más de 1200 páginas que te mantienen en vilo, es decir, nada es superfluo en esas 1200 páginas, o quizá sí sea algo superfluo, es imposible que sean perfectas, pero uno tiene la sensación de que representan la perfección en la literatura, que esa obra que el escritor chileno que vivía en Blanes escribió en los últimos meses y días y horas de su vida, agarrándose a su escritorio, negándose a levantarse a pesar de la gravedad de su enfermedad, eso que escribía a veces con su hijo sentado en las rodillas mientras él se estaba muriendo, parece, digo, que eso es la perfección, lo más alto a lo que se puede llegar en lo que se refiere a creación literaria.

    Ahora imaginad a Mauricio, a Albert Adrià o a Roberto Bolaño en un momento difícil de sus vidas. Imaginad que Mauricio y Albert detestan cocinar y se apuntan a un curso de escritura creativa. Y que Roberto Bolaño decide que está hasta el moño de escribir y pasar penurias –no empezó a vender hasta bastante tarde– y decide hacerse cocinero.

    Mauricio, ese tipo que llega al mercado, otea el pescado y cocina a la brasa, decide hacer otra cosa, escribir, por ejemplo.

    Albert Adrià, ese hombre que podría hacer los mejores pimientos del Padrón pero que decide hacer el mejor barrio gastronómico del mundo, lo mismo… lo deja.

    Roberto Bolaño, igual… en lugar de escribir hasta el último día de su vida, porque su forma de vida es esa, es escribir, lo deja todo y se pone a vender tapitas en la bahía de Blanes.

    Sería raro, sería muy raro. Porque estos tres tipos, cada uno en su campo, son gente que están o han estado en el sitio en el que tenían que estar.

    Uno escribía y los otros cocinan y cocinan con todas las consecuencias. Sin saltarse pasos, sin buscar atajos. Dedican su vida a cocinar, como podrían dedicar su vida a escribir, y resulta imposible imaginárselos haciendo otra cosa porque, sobre todo, son honestos, son gente que se ha preguntado qué quiere hacer en la vida y hace eso.

    Yo también lo hice y lo sigo haciendo, me sigo preguntando qué hacer en la vida. Y aún no sé exactamente si estoy en el punto que quiero estar, pero sé que no estoy donde no quiero estar.

    Esto me hace pensar en la labor de los cocineros y cocineras, en que es una labor muy vocacional, por lo que os he contado antes, por el estrés, porque es difícil compaginar la familia y la profesión, conciliar… es muy difícil.

    La cocina requiere de unos sacrificios muy grandes, mayores que otras muchas profesiones, y claro, es normal que uno busque atajos, que busque, por ejemplo, no pelar patatas, que compre unas patatas congeladas, ya peladas, torneadas, perfectamente iguales todas y cada una de ellas. Es posible, que uno compre patatas congeladas para ganar tiempo, pero en realidad compra patatas congeladas porque no es honesto consigo mismo, porque quizá no está dispuesto a ganar menos dinero, o porque quizá no quiere hacerlo realmente bien, lo mejor posible, prefiere ir a casa a mirar la tele, o quizá uno no está haciendo aquello que es su forma de vida, aquello para lo que está hecho, aquello para lo que se le espera en esta vida. Y es que, sí, creo que todos tenemos, no sé si una misión, pero sí un lugar. La de Bolaño era escribir 2666, la de Mauricio, cocinar sin prisas y la de Albert Adrià es freír pimientos del padrón, algo que hace a su manera en uno de sus restaurantes. La mía, ya veremos cuál es, pero no era ser cocinero.

    ¿Os imagináis que yo me hubiera equivocado y me hubiera empeñado en ser cocinero?

    Sería un infeliz.

    Y haría infelices a los demás, porque no me dedicaría a ello como uno debe dedicarse a las cosas, como cualquiera de los tres ejemplos que os he puesto.

    Compraría patatas congeladas, vaya, porque mi pereza, mi falta de rigor o mi carencia de vocación me ayudarían a encontrar una justificación que me tranquilizara: hombre, es que es un follón pelar patatas, es que no tienes espacio para guardarlas, es que es que es que…

    Pero el motivo es que yo no debería dedicarme a cocinar.

    Y vosotros, si vais a comprar patatas congeladas, tampoco deberíais dedicaros a cocinar.

    Estoy seguro de que en esta escuela, de que en la mayoría de escuelas de cocina, no os invitan a pensar que comprar patatas congeladas es una buena idea.

    Estoy seguro de que os enseñan a cortar patatas alumette, pont neuf y todo eso, ¿verdad?

    La pregunta es si las queréis cortar. Si vais a reflexionar o no sobre qué patata es mejor para cada cosa. Si os preocuparéis de saber quién cultiva esas patatas y cómo esas patatas pueden cortarse, cuáles son las mejores maneras de cortar esas patatas y qué otras maneras, de cocinarlas, además de freírlas en grasa vegetal, hay por el mundo.

    La pregunta que debería hacerse cualquier estudiante de cocina, creo yo, es si está dispuesto a no tomar atajos, a tomar el camino largo, a dejar un negocio floreciente o el mejor restaurante del mundo, o si está dispuesto a cocinar hasta el día que muera.

    Creo que la gastronomía es una manifestación de la cultura muy sensible, podría ser como el canario de la mina que detecta el gas, la gastronomía es mucho más sensible, como representación cultural que la literatura. La literatura siempre va por detrás, la mayoría de las artes van por detrás de la sociedad, justo por detrás, en muy pocas ocasiones se avanzan.

    La gastronomía, en cambio, va de la mano de la sociedad, tiene una inmediatez brutal porque se hace en la cocina pero también se hace en la mesa, la hacen los comensales. Es como una obra en dos actos: se dispone en la cocina pero se termina en la mesa.

    Nosotros no podemos controlar qué hacen los comensales pero sí podemos controlar todo lo que sucede en la cocina, en ese primer acto gastronómico, y ahí estaremos definiendo cuál es nuestro papel como cocineras y cocineros, es decir, cuál es nuestro papel dentro del ecosistema cultural.

    Podemos ser gente que compra de quinta gama, o de cuarta. Podemos ser esa gente. Esa gente que o bien hace eso obligada por las circunstancias y a la espera de un cambio o mejor debería haber decidido no trabajar en una cocina, porque, en realidad, no les gusta cocinar, no les gusta qué hacen: ni están dispuestos a sacrificarse, ni a hacerlo lo mejor posible ni a fogonear hasta el último de sus días.

    Si la gastronomía va mal, la sociedad normalmente es decadente e irá mal en otros aspectos.

    Una sociedad sana, sana en sentido amplio, tiene una gastronomía sana, sana en sentido amplio, también.

    No me gusta citar a Manuel Vázquez Montalbán dentro de los textos gastronómicos porque parece que Vázquez Montalbán solo hablara de comida y en realidad tiene una obra ingente, interesantísima, mucho más interesante que la pequeña parcela que le dedicó al comer. No me gusta citarle, digo, pero lo haré, lo haré porque esta frase creo que no la dejó escrita y con un poco de suerte no es suya. La frase, muy acertada, dice: “Felicitémonos, porque cuando un pueblo se permite el lujo de jugar con las cosas del comer es porque el pueblo no pasa hambre”.

    Claro, porque cuando tenemos cubierta la necesidad de comer, lo básico, entonces nos empezamos a preocupar de los lujos, de comer bien, de comer sano, de comer de proximidad, de comer de temporada… en tiempos de guerra te comes lo primero que te cae en el zurrón.

    Por eso digo que la gastronomía es el canario de la mina, el que detecta si las cosas empiezan a ir mal.

    Si empezáis a cocinar de cuarta o quinta gama, estáis despreciando la gastronomía y sería mejor que, como yo, os dedicarais a otras cosas.

    Si lo hacéis, insisto, estaréis contribuyendo a empobrecer a la sociedad, a hacerla retroceder, todo lo contrario que Mauricio, Albert Adrià y Roberto Bolaño. Y son solo tres ejemplos, hay muchos más.

    El papel de la gastronomía, y por tanto de estas jornadas, es trascendente en una sociedad moderna y avanzada. El papel de la gastronomía refleja hasta qué punto la sociedad funciona o deja de funcionar, hasta qué punto estamos en paz con nuestro entorno, con el pasar de las estaciones. Hasta qué punto rechazamos lo superfluo, en realidad, hasta qué punto sabemos apreciar, como decía Curnonsky, que la cocina es que las cosas sepan a lo que son.

    Una patata congelada jamás sabrá a patata.

    Eso lo sabe todo el mundo, ¿no?

    Aprovechad estas jornadas y la escuela de cocina en general para cultivaros, para profundizar no solo en técnicas, sino también en el sentido de las cosas.

    Y cuando hayáis hallado este sentido decidid si vais a seguir adelante con vuestra carrera hasta las últimas consecuencias o si hacéis un mejor favor a todo el mundo, empezando por vosotros mismos, al dedicaros a otra cosa, a cualquier otra cosa, puede estar relacionada o no con la gastronomía.

    Lo que espero, de todo corazón, es que todos los que estéis aquí os dediquéis a algo con el mismo tesón y abnegación que los tres tipos de los que hemos hablado hoy.

    Y que rechacéis, siempre, las patatas congeladas.

  • Lujo, alimentación y Cultura de la Transición

    El pasado 11 de marzo, La Vanguardia publicó que la Real Academia Española se compromete ante el Círculo Fortuny –lobby empresarial español del lujo– a buscar una definición mejor de, precisamente, la palabra lujo.

    Parece ser que los empresarios del ídem no están satisfechos con las actuales acepciones:

    1. Demasía en el adorno, en la pompa y en el regalo.
    2. Abundancia de cosas no necesarias.
    3. Todo aquello que supera los medios normales de alguien para conseguirlo.

    En la misma noticia, Carlos Falcó, Marqués de Griñón y presidente del Círculo, esboza su argumentario. Para Falcó, el diccionario plantea el lujo como algo sin utilidad, reservado a los ricos y considera que ‘lujo’ también debería relacionarse con momentos emocionantes e irrepetibles –como si hubiera momentos repetibles–, y poder interpretarse desde un punto de vista cultural.

    Para ilustrarlo de manera práctica, el Marqués evoca una reunión con su primogénita en la que, tras mucho tiempo sin verse, cocinaron una tortilla de patatas usando el primer aceite de su cosecha –Falcó es un reputado productor de vinos y aceites–.

    Aparco el asunto para recuperar otra noticia, aparentemente inconexa.

    A principios de febrero, el Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad –variopinta mezcla de carteras– presentó el Plan de colaboración para la mejora de la composición de los alimentos y bebidas y otras medidas 2017 – 2020, documento de título largo y torturado que pretende reducir la cantidad de azúcares, grasas y otras cosillas malas en los alimentos ultraprocesados.

    Como era de esperar, el plan no gustó a la nueva oleada de nutricionistas. Y es que si uno se detiene a pensar quizá concluya que los esfuerzos del Ministerio deberían enfocarse en erradicar el consumo de ultraprocesados,  tan en augetan bajo sospecha de aumentar el riesgo de padecer cáncer.

    ¿Tienen algo que ver estas dos noticias? La respuesta es quizás y mejor que no.

    En 2012, el periodista Guillem Martínez presentó el concepto ‘Cultura de la Transición’. En un libro colectivo y homónimo, se explica que la ‘CT’ es una anomalía de nuestro país que consiste en el control de la cultura por parte del Gobierno. Desde el primer momento de la Transición hasta, más o menos, 2003, se impone un discurso vertical que delimita lo que es y lo que no es cultura, considerando que cultura es aquello que sirve a los intereses del Gobierno y que no lo es todo aquello que los cuestiona o se opone a ellos, siendo posible para esta crítica una de estas dos salidas: la desaparición o la asimilación –y, por tanto, su desaparición de facto–. La ‘CT’ es un chollo para quien la promueve, porque hace desaparecer la crítica y el debate, vamos, lo único de valor que tenía la izquierda a finales de la dictadura.

    A lo largo del poderoso librito, especialistas en campos que abarcan desde la propiedad intelectual hasta la música, el humor o internet demuestran que la ‘CT’ no solo existe, sino que no existe otra cosa hasta hace bien poco, momento en el que el Gobierno empieza a perder la hegemonía del discurso gracias a la influencia de internet y a la aparición de movimientos sociales que empiezan en el No a la Guerra y terminan en el 15-M. Aunque bien podrían tener su prolongación en la huelga feminista del pasado 8 de marzo, en las movilizaciones de Murcia por el soterramiento del AVE o en las manifestaciones de pensionistas previstas para el próximo 17 de marzo.

    En resumen, la ‘CT’ es un discurso dirigido de arriba hacia abajo que pone límites a lo que entendemos por cultura.

    Y volvemos atrás. ¿Podrían las dos noticias anteriores indicar que la ‘CT’, agónica en otros campos, empieza a actuar en el campo de la alimentación?

    Es muy obvio en el caso del pacto del Ministerio de Sanidad con la industria alimentaria. En lugar de legislar a favor de la salud de los ciudadanos, poniendo trabas a productos absolutamente innecesarios y probablemente dañinos, se acuerda con la industria medidas cosméticas y con nulo efecto en la salud de la ciudadanía –o que podrían causar el efecto contrario al pretendido, según algunos nutricionistas–. Es decir, se está empezando a manipular la percepción de lo que es saludable o no en función de los intereses de una hegemonía –la industria– mediante la intervención del Gobierno.

    Es más sutil en el caso de la petición del Círculo Fortuny a la RAE. Podríamos imaginar distintas hipótesis sobre el interés por modificar la definición de lujo, pero todas perseguirían –por la naturaleza comercial de los socios del Círculo– el lucro de los peticionarios –muchos de ellos dedicados a la alimentación–.

    En Lujo y capitalismo (1922), Werner Sombart define dos vertientes del lujo, la cuantitativa y la cualitativa. La primera sería sinónimo de derroche –prender un cigarro con tres cerillas– y la segunda implicaría el consumo de productos de una calidad superior, es decir, de objetos de lujo, entendiendo que estos son los que reúnen unas «cualidades superiores a las necesarias para ser útiles».

    No es que Sombart tenga la última palabra sobre qué es lujo y qué deja de serlo –eso sería muy ‘CT’–, pero su definición, que se prolonga unos cuantos párrafos, parece bastante atinada y, sí, está acotada a los ricos, a la futilidad y al derroche.

    Cuando el Círculo Fortuny pretende incorporar otra acepción, que contemplaría esos ‘momentos irrepetibles’ a los que se refiere Falcó, está tratando de modificar el lenguaje en su beneficio –beneficio comercial, pretensión completamente ‘CT’–. ¿Con qué fin?

    Aquí podría formular las hipótesis que antes no he lanzado, por ejemplo: facilitar el acceso al lujo a una bolsa mayor de consumidores –facilitar el acceso a cualquier cosa es asegurase el control de esa misma cosa–.

    Otra posibilidad: dilatar el concepto ‘lujo’ para colgar esa etiqueta a objetos o servicios que hasta el momento no podían considerarse ‘lujo’ y que a partir de entonces podrían beneficiarse «de un marco jurídico, que reconoce la especificidad del sector de las marcas culturales y creativas de prestigio, gracias a su valor como motor económico», hito que el Círculo Fortuny hizo realidad el 20 de abril de 2010, según aparece en su página web.

    Otro escenario: crear una falsa percepción de lujo y asociarla a productos que luego podrán agruparse en una categoría comercial superior, sin serlo, con todo el margen de beneficio potencial que permite esa maniobra.

    Pero lo de menos es acertar con la hipótesis. De lo que se trata es de observar si se está desplegando o no la ‘CT’ en el ámbito de la alimentación, ya sea industrial o relacionada con el lujo.

    Probablemente no lo esté. Y eso sería lo mejor.

  • Lo éxotico y lo propio

    Tras el tsunami de restaurantes empeñados en recuperar croquetas y ensaladillas, se imponen los restaurantes mezcladores. Mezclan lo exótico y lo propio.

    Baos, ramens, dumplings, currys… todo permite una declinación mediterránea.

    El concepto no es nuevo, pero quieren que lo parezca. Tampoco es sorprendente, pero se empeñan en venderlo así.

    ¿Es interesante?

     

    Artur Martínez, cocinero poco reivindicado, lleva unos años hablando del exotismo de proximidad.

    Su lenguaje es complicado. ¿Cómo sorprender con lo propio? ¿Cómo convertir la almendra en fruto del paraíso?

    Ahondar en la propia tradición para reflotarla convertida en algo nuevo. Transitar una historia paralela, cocinar por el otro brazo de la bifurcación, por el que nunca anduvimos.

     

    Safe Cruz hace algo parecido en Gofio.

    Cocina canaria evolucionada, meditada, evocadora de otras culturas. ¿Cuántos pabellones distintos habrán amarrado en el archipiélago atlántico a lo largo de la historia? ¿Qué pucheros habrán humeado ahí?

    Safe, y Artur y otros más, hacen exótico lo propio. Un mojo, un escabeche, unas pobres gachas de gofio.

    Me interesa mucho más.

  • Humildad y talento

    Somos seis comensales en una cita para prensa.

    Las dos organizadoras cuentan al resto que durante la cita anterior un invitado sugirió al cocinero cómo mejorar los platos.

    «Eso sería como si nos dijeran cómo escribir los artículos”, dice uno de los comensales con socarronería. Otro se sonríe. Otros dos, callamos.

     

    De camino a casa, reflexiono sobre lo que hemos comido. Mucho que limar en la cocina y en la sala. Emplatados efectistas pretenden disimular sazones equivocadas, puntos de cocción pasados –sardinas astillosas– o cortos –maldito arroz aperdigonado–, nula originalidad, torpeza al servir y al liberar la mesa. El restaurante se gana un sobresaliente en mediocridad.

    Ya en casa, leo algun texto del comensal socarrón.

     

    Corregir, platos o textos, es una potestad reservada a los que saben más que nosotros. Pero sólo los alumnos con talento reconocen al maestro.

  • Opinar, criticar, alabar

    Opinar es un derecho, pero también es un vicio.

    Uno desearía escuchar más veces un «preferiría no hacerlo», preferiría no opinar.

    «No opinar sobre la guía Michelin de la que no tengo ni idea», por ejemplo, y que resulta difícil cuestionar: las estrellas no son de los cocineros, es sabido, pero tampoco son de los restaurantes.

    Las estrellas son de la Guía y la Guía las presta.

     

    Criticar es un derecho pero también una responsabilidad.

    Muchos han criticado a David Muñoz y al pato de Noma. La crítica irreflexiva, para los del gatillo fácil. La crítica virulenta, para los del gatillazo.

    Últimamente proliferan perfiles enmascarados que reclaman críticas más duras. Critican a la crítica pero lo hacen desde la cobardía del anonimato.

    Ocurre que la crítica gastronómica es un oficio de sabios con firma. Arenós, Agulló, Capel, Jolonch, Maribona, Matoses, Regol, Rivas… otros somos cronistas, nos limitamos a relatar lo ocurrido. Aún nos falta perspectiva.

     

    Alabar es un derecho pero se percibe como una debilidad.

    Cada vez que alabo un texto ajeno, alguien me señala.

    Es más fácil criticar con gatillo fácil, criticar y marcarse un gatillazo.

    Alabar nos hace fuertes y, también, obviar nuestra opinión en algunas ocasiones.

    Como haría Bartleby.